No dejo de sorprenderme con algunas de las verduras, hortalizas u otros alimentos, normalmente de huerta, que a veces utiliza Jaimie Oliver. La cantidad de variedades que, por lo menos yo, no suelo ver en los mercados. Tales como las zanahorias moradas o amarillas, al igual que los tomates, de todos los colores, es alucinante la gran variedad que existe y que hace que me de cuenta de mi ignorancia al respecto.
Esto viene a cuento porque hace no se cuanto tiempo contó una historia sobre sus remolachas, como conseguía conservarlas sin que se pudrieran durante meses, además, como no, de diferentes colores. Moradas, rojas, amarillas, naranjas,… yo que sé, muchas. Las moradas las utilizo habitualmente, naranjas las he visto en Galicia, pero se las daban a los cerdos (con perdón) y blancas alguna que otra, aunque estas eran similares a las anteriores, algo más finas pero no para disfrutarlas en el plato.
El caso es que desde aquel programa tenía ganas de comer remolachas y hace un par de semanas compré una bolsa de esas que traen unas cuantas cocidas. La bolsa fue a parar al cajón de las verduras, tardaba en caducar, pero no tanto como para dejarlas allí a pasar el verano, por ese motivo y teniendo en cuenta que tenía ganas de probar a preparar una crema fría me metí en este berenjenal, porque eso pensé que era después de pasar por la sesión de batidora, aparte de no estar muy convencida de que aquello fuera del todo comestible. Os cuento.
No tengo fotos, no imaginaba el resultado, pero todos ellos son de andar por casa y la elaboración para principiantes amantes de la cocina.
Ingredientes con los que empecé:
– 3 remolachas hermosas (estas eran cocidas)
– 1 brick de 200ml de nata líquida
– 1 yogur griego
– Algo de aceite de oliva virgen extra
Hasta este momento no tenía claro que tuviera que añadirle sal, así que puse estos ingredientes en el vaso de mi turbo-chef y batí. Probé, y aquello no estaba malo pero… empezó lo divertido, ir añadiendo ingredientes hasta que supiera a algo digno de formar parte de una comida con invitados. ¿Las cantidades? Ni yo misma las medía, tan solo añadir poco a poco y probar, estará listo cuando el punto sea el que a ti te guste.
Los añadidos.
– Sal
– Pimienta (mezcla de 3 colores)
– Más aceite de oliva virgen extra
– Vinagre de Jerez (poco)
¿Un gazpacho? Para nada, una crema fría rica, rica de sabor, pero había un problema. Aquella crema tenía como grumos blancos ¿La nata? ¿El yogur? Uno de los dos ingredientes no se había mezclado, que horror, el aspecto era de lo menos afortunado que os podéis imaginar, porque yo me lo imaginaba con un color, no morado, evidentemente, pero sí uno de sus múltiples matices.
Lo pasé por un colador, pero ni por esas, también pasaban los grumos. Que realmente no eran grumos porque al probar se deshacían en la boca y ni se notaban ¿Y ahora que hago? Pues… de perdidos al río…
Hasta que me puse a pensar y pensé ¿Y si lo caliento un poco? Y lo calenté, o mejor dicho, dejé que se templara un poco a la vez que removía con una varilla y se produjo el milagro ¡Los grumos desaparecieron! Pero… ¿Y si aparecen otra vez cuando vuelva a enfriarse? Solo quedaba esperar.
Preparé una vinagreta con unos trocitos de remolacha y un pepinillo de esos enormes agridulce, todo bien picadito, aceite de oliva virgen y algo de vinagre de Módena. Lo guardé en el frigo hasta el día siguiente.
Bien sólo me queda contaros que el resultado fue espléndido, sí, sí, espléndido, un éxito que repetiré a menudo y que os animo a probar porque el contraste de la crema fresquita con los tropezones de la vinagreta es todo un lujo para el paladar.
Recetas relacionadas:
No hay recetas relacionadas.